jueves, 5 de mayo de 2011

Unos días en Chamonix



Raudo y bien acompañado me subo al trenecito panorámico que parte de Saint Gervais con dirección al macizo montañoso más emblemático de la historia: el Mont Blanc.
Todo el panorama es impresionante, sobre todo teniendo en cuenta que nuestra vieja Europa esta marcada por las cicatrices de la humanización allí donde vayas y este maravilloso valle alpino no queda fuera de la lista.
La antigua aldea de Chamonix hoy en día es un auténtico campo de batalla entre el lujo y la banalidad de la vida mundana y la intensidad y sobriedad de la montaña más salvaje. Así, paseando por su calles, dedicadas a famosos alpinistas, podemos encontrar desde tiendas a destajo hasta la simpática casita que acoge el archiconocido "Bureau des guides", por donde desfilaron Terray, Rebuffat, Lachenal y la gran mayoría de los alpinistas que revolucionaron la manera de entender la montaña. Es una pena, o no, que ahora les podamos solo encontrar en el cementerio de la localidad.




Según levantamos la mirada hacia las chovas los primeros colmillos pétreos que vemos son las agujas de Chamonix. Dícese, Midi, Pelerins, Peigne, Blaitiere, Grépon, Grand Charmoz y si tienes suerte, podrás ver asomando el magnífico Drú, allá pasado la Mer de Glace. Sin duda son un terreno de juego para soñar...
El Mont Blanc corona toda la violencia de estas agujas con su domo limpido y tranquilo, aunque deja escapar algunos lindos glaciares de ladera como Bossons o Taconnaz.
Si coges el veterano tren cremallera de Montenvers no te arrepentirás, aunque hay que huir de los turistas. Según bajes sus vagones de madera lo primero que te devorará será la sombra del impertinente Petit Drú, uno de los pilares de roca más extremos del alpinismo, donde nombres como Bonatti o Robbins, dejaron su huella para nosotros.
A sus pies está la Mer de Glace, hoy bastante reducido...como se puede ver en los cárteles indicativos, pero aún así, el segundo glaciar más grande de la Europa continental, con una lengua de 7 kms y numerosas y enhiestas agujas como consortes.
Al final del río de hielo aparece amenazadora la cara norte de las Grandes Jorasses. En estas montañas toda montaña viene con historia incluida.
Para no ser turistas remilgados sin criterio decidimos bajar caminando y nos obsequiamos con una vista impresionante del Drú y del final del glaciar. Un paseíto muy recomendable, mucho más que la infame "grote de glace"...una aberración que quizás llamara la atención hace un siglo pero que hoy es lo más "kirtch" que puedes encontrarte en un entorno como el Mont Blanc. Por mi parte, en vez de fotografiarme con las lucecitas de colores o los maniquíes terrorífico, metí una buena lengüetada al hielo milenario.
Otro recorrido sencillo y recomendable es ir desde Chamonix hasta el glaciar de Bossons pasando por la Cascade du Dard. Un simpático salto de agua que riega los alerces y da agua a los vecinos. Además alcanzarás uno de los costados de Bossons, donde se puede observar en toda su grandeza el embelesador color azul turquesa del hielo fósil. Un espectáculo para los ojos.
Bueno, no nos dio tiempo a hacer alpinismo de verdad, pero los objetivos han quedado marcados para próximas visitas, además de guardar un hermoso recuerdo del macizo del Mont Blanc, incluso habiéndolo vista desde la perspectiva de la llanura.

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